Los reyes eran en realidad jefes militares, y que tomaban el reino y su poder dentro de él como una propiedad personal. Esto quiere decir que podían dividir el reino entre sus hijos, regalarle una parte a una hija el día de su casamiento, heredar la parte de un hermano, o negociar con parte del territorio del reino durante una guerra.
El poder de estos reyes se apoyaba mucho en la FIDELIDAD que le juraban sus guerreros. Esa era una tradición germánica, según la cual los guerreros seguían a su jefe en forma incondicional, hiciera lo que hiciera. Creían en él, lo admiraban, lo respetaban, y hacían todo lo que estuviera a su alcance para protegerlo.
A cambio de esto, los guerreros recibían un lote de tierra que les permitía vivir dignamente y sobre todo mantener los caballos y las tropas que estaban a su servicio. También eran protegidos por el rey.
Esta relación duraba para siempre, por lo tanto si alguien no la cumplía era considerado traidor.
Esta relación entre el rey y los guerreros era otra RELACIÓN DE DEPENDENCIA PERSONAL, como el colonato . De hecho, las tierras que recibían los guerreros tenían todas colonos que la trabajaban y esperaban protección a cambio de su trabajo.
UNA HISTORIA CON AVENTURAS SANGRIENTAS, PERSONALES Y LLENA DE EMOCIÓN
La historia política del reino merovingio a finales del siglo VI venía siendo determinada por las crueles luchas dinásticas. La falta de normas precisas para la sucesión creó una situación dramática en una casa real, donde dominaban las pasiones incontroladas, los excesos y la brutalidad.
Con la muerte de Clotario I en el año 561, terminaba un corto período de unificación. De sus 4 hijos, Cariberto, el rey de Paris, había muerto en 567, Gontrán (561-592) quedó como soberano de Orleans y Borgoña, al margen de los acontecimientos. En la escena política dominaban el rey de Austrasia, Sigiberto I (561-575), con residencia en Metz y el rey de Neustria, Chilperico I (561-584), con residencia en Soissons; sus mujeres Brunilda y Galsuinda eran hermanas y procedían de la casa real de los visigodos. Gregorio de Tours ha dejado un tremendo retrato del Chilperico, donde no faltan los rasgos terroríficos. Fuera de su amante, Fredegunda, solo le interesaban dos cosas: la expansión del área de su soberanía a costa de sus hermanos y el atesoramiento de la mayor riqueza posible. En cuanto a la elección de los medios no era muy refinado: aumento de impuestos y recaudación brutal, multas fortísimas en dinero contra la rica nobleza y venta de las sedes episcopales a quienes ofrecían más por ellas. Todo ayudaba a llenar su caja. Junto a la avaricia casi patológica y refinada hipocresía política, aparecían en él rasgos originales: Chilperico era un rey merovingio que compuso poesías latinas, amplió el alfabeto en cuatro letras por real decreto y desdeñó la doctrina trinitaria como insensatez antropomórfica.
La lucha por la soberanía en el reino franco comenzó con el misterioso estrangulamiento de Galsuinda. Sigiberto consiguió éxitos políticos y militares contra Chilperico en una campaña de castigo contra él. Pero, en el momento de su triunfo Fredegunda hizo que lo asesinaran con un puñal envenenado (575). Brunilda fue hecha prisionera, pero consiguió escapar. Durante los 30 años siguientes ejerció una influencia dominante en la política merovingia como reina de Austrasia, al principio como regente, hasta el año 595, en nombre de su hijo Childeberto II (575-595) de solo 5 años de edad. Ella era una persona carente de escrúpulos, que logró durante decenios defender a Austrasia contra los intentos de conquista de Chilperico (asesinado en 584) y al mismo tiempo refrenar la oposición de la nobleza contra su persona. Cuando su nieto Teodoberto II (595-612), coronado rey de Austrasia por decisión de ella se levantó contra su abuela, movió a su hermano Teuderico II (595-613) a aplastar esta insurrección. Teudeberto fue entregado en el año 612 a Brunilda, quien lo eliminó. Al morir también Teuderico II, un año después, Brunilda intentó unificar los reinos de Austrasia y Borgoña bajo el mando de su bisnieto Sigiberto II, que contaba con 12 años de edad. Pero en ese momento se produjo la rebelión abierta de la nobleza de Austrasia bajo la dirección del obispo de Metz y del mayordomo de palacio Pipino. Con ayuda de Neustria, Brunilda fue hecha prisionera junto al lago Neuchatel, y durante tres días sometida a tormento para finalmente morir arrastrada de la cola de un caballo en 613.
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